lunes, 5 de septiembre de 2016


MANERAS DE REZAR SEGÚN 

SANTA TERESA DE JESÚS



Representad al mismo Señor junto con vos y mirad con qué amor y humildad os está enseñando; y creedme, mientras pudierais, no estéis sin tan buen amigo. Si os acostumbráis a traerle cabe vos, y Él ve que lo hacéis con amor y que andáis procurando contentarle, no le podréis -como dicen- echar de vos; no os faltará para siempre; os ayudará en todos vuestros trabajos; le tendréis en todas partes: ¿pensáis que es poco un tal amigo al lado?  Teresa de Jesús, Camino de la perfección 26, 1.5.

I
¿Qué es rezar?
“La oración mental no es otra cosa que un trato de amistad, estando muchas veces solos en este trato con aquel de quien sabemos que nos quiere.” (Vida 8,5)
Te invito a algo tan sencillo como vivir la amistad con Jesús y alimentar el silencio, en el encuentro personal… en la oración.
Como con cualquier amistad, necesita algunas condiciones para que dure y se haga más fuerte. Para llegar a ser orante has de tener cuidado de:
Tus relaciones con los demás: respeto, amor, solidaridad, perdón…
La relación contigo mismo.
Tu relación con Jesús
Y otra cosa: “determinada determinación” Sólo si empiezas con decisión y entusiasmo, sin preocuparte de las dificultades (que llegan), con constancia…, encontrarás los frutos duraderos de la amistad con Jesús.
  
II
Antes de empezar
Pasemos al momento concreto de la oración. Si empezamos de cualquier manera, podemos encontrar muchas dificultades. Para “ponernos en situación”, te pueden ayudar estas pequeñas pautas:
  •         Busca un ambiente adecuado y de silencio
  •        Prepara un texto del Evangelio,  puede que un símbolo, un canto, una imagen: te ayudara a fijar la atención en Jesús.
  •      Adopta una postura relajada que te ayude a centrarte, a situarte desde dentro.
  •    Poco a poco, toma conciencia de tu respiración, de tu cuerpo, de tu interior, para estar en ti sin dispersión.
  •   Centra ahora tu atención en Jesús, en su presencia amorosa en ti y en todo.


III
Entrando en la plegaria
Ahora debes encontrar tu propia manera de rezar, según tu manera de ser, tu sensibilidad y tu situación. Lo importante es girarse hacia Jesús, contemplarlo y entrar en su misterio con la ayuda de su Espíritu.
Te pueden servir estas sugerencias:
  •       Representarlo vivo en tu interior.
  •       Mirarlo, adentrarte en alguna de las escenas evangélicas.
  •       Contemplar una imagen de Jesús o repetir una frase breve que exprese lo que quieres decirle.
  •       Recitar muy pausadamente el Padre Nuestro, su oración, saboreándola.

  
IV
Más adentro
El centro de nuestra oración es la persona de Jesús. No importa como hayas entrado, la clave está en estar a su lado, dejarte mirar, escucharlo, acoger su luz para conocerlo a él, entrar en su misterio desde tu propio corazón y dejarte envolver por su presencia.
Está allí con él, con el entendimiento callado, mira que te mira, hazle compañía, habla y pide y disfruta con él. Pídele acertar contentándolo, porque todos los bienes te han venido de él.
Es el momento de recibir el don de Dios, de dejarle a él la iniciativa para actuar. Es momento también de responder: una palabra, un gesto, un sentimiento, una petición. Sobre todo es tiempo de reconocer y agradecer -¡su amor hace obras grandes!-. Tiempo de pedir poder conocer su voluntad, de saber cómo te sueña Dios en tu vida concreta.
   
V
Alguna cosa se mueve
La oración no es un momento, es un camino. Te irá descubriendo poco a poco quien es Jesús, su misterio, sus valores, su propuesta, sus sentimientos y el amor con que te acoge y te busca… Al mismo tiempo, te ayudará a conocerte personalmente de otra forma, quien eres. Y como vives. Mirar a Jesús y mirar mirarte tal como Dios te ve y te sueña. No descuides eso, aunque no sea el centro, porque nada más así podemos vivir en la verdad. No hay oración si no es en la verdad, ¡Cómo pasa con la amistad!
También se irá concretando la llamada que Jesús te hace a vivir en libertad interior, la verdadera libertad que da el Evangelio. Sean cuales sean tus circunstancias, te invita a vivir con él y como él. Ser orante es vivir el seguimiento de Jesús con todas sus consecuencias.
   
VI
¿Y después?
A menudo, la oración será tiempo de paz, de alegría interior, de luz…, pero no siempre. Tu momento personal, tu situación, la interpelación en que te encuentras…, hacen que los sentimientos que nacen de la oración sean siempre diferentes.
No evalúes tu oración por esto. Lo que importa es que se produzca el encuentro, que tu actitud sea de atención amorosa y de escucha. Recoge las luces que hayas recibido, agradece la presencia del Señor y su amor, la sientas o no. La oración es cuestión de fe, de tiempo, de constancia… y de compromiso.
Mira hacia fuera. ¿No empiezas a verlo todo de otra manera? Los demás, la vida de cada día, aquello que sucede en el mundo… tienen ya otros colores, colores de esperanza y de amor.

VII
La huella de la oración
La oración deja huella en nuestro interior. No se trata de tener buenos deseos, ni de hacer aquello que llamamos buenos propósitos. La oración, como la amistad, es sobre todo un DON, un regalo que, acogido desde el corazón, va haciendo crecer algo nuevo, nos cambia. Y eso se noto por fuera, son aquellas deja confirmadas con obras.
Todos los sentimientos que puedan surgir en la oración tienen una importancia relativa. Lo único fundamental es esa obra de Jesús en ti, unida a tu respuesta, se va reflejando en otra manera de estar y actuar en la vida, con otros valores, otros criterios, otros sentimientos profundos. Él nos quiere sin medida ni condiciones. Quererlo no es cosa de palabras bonitas, sino servir con justicia, fortaleza y humildad. Buen camino.


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